Que conste que esta ansia melancólica de recordar a los seres cucales que poblaron mi infancia me ha llegado de rebote, pues el hablar de Fausto (el hombre) ha sido una consecuencia de mi desvarío mental al querer hacer un artículo sobre el Fausto (de Goethe), que me acabé ayer -la primera parte, la facilita, la que se representa, vamos, la de su primera época, antes de que el fürher de las letras viajase a Italia y volviese renegando de su juventud Sturmentosa-. El caso es que hoy quiero retomar el viaje mental que me produjo ayer el pensar en ese primer Fausto de mi vida, y hablar sobre otro elemento protohumano que daba clase en ese infausto (chiste) colegio. El Papus. (¡Han traído un troll de las cavernas!!!!)
Profesor de matemáticas. Cabezón más que titánico. Ojos llameantes. Cejas pobladas como si tuviese dos ciempiés copulando encima de sus ojos. Brazos peludos. Puños duros como pisapapeles. Una leyenda en Salesianos. Acojonaba. Pero mucho, mucho, creo que hasta a María Auxiliadora le bajaba la regla del susto cuando entraba en la Iglesia este ogro, este abominable hombre de las ecuaciones, este, en fin, hijo de su madre. Me acuerdo perfectamente lo primero que nos dijo al entrar a clase el primer día, tras ver nuestras infantiles caras de ojete apretadico:
-¿Saben ustedes lo que es una leyenda?. Leyenda es aquello que se cuenta, pero no es cierto. Lo que cuentan de mi son éso, leyendas que no tienen que creer. ¿Estamos?.
Las leyendas de las que hablaba se referían a mamporros varios, roturas de reglas en cabeza ajena, hostias a mansalva y caras vueltas del revés. Siempre me preguntaré por qué esa ansia por partir de cero a principio de curso, ¿intento de reinventarse a si mismo,quizás, intentando ser bueno ese año?. En ese caso asomaría a su personalidad un atisbo de humanidad, pero lo dudo, lo dudo mucho. Creo que más bien era una estrategia infernal, salesiana en fin, de que la primera hoxtia nos pillara por sorpresa, y así, desde ese mismo instante en el que nuestra cara se enrojecía y empezabamos a cagarnos en su parentela hasta el tercer grado de consanguineidad, empezaramos también a creer que las leyendas podían convertirse en realidad. Una dolorosa y vergonzante realidad. Teniendo en cuenta la cantidad de mitos y leyendas en los que se sustenta la educación religiosa, creo que esas tollinas eran la forma de evangelización más depurada por las que he pasado. Puro Paulov. Por cierto, su apodo, que pasaba de generación en generación, viene de un ocultista francés, de origen coruñés, delegado de la orden cabalística rosacruciana, muerto en 1916. Dudo que el apodo fuese dado por su biografía, sino más bien por su parecido con el retrato de este buen hombre. Vean y atemorícense.