La primera imagen que se me viene a la cabeza al escuchar el nombre de "Fausto" es la de un pobre hombre de unos ochenta años, entrado en carnes, con unas gafas de culo de vaso que parecían atrezzo de una pelicula de Terry Gilliam, vendiendo tablas de marquetería en una especie de tienda-sótano-cámara de los horrores en mi antiguo colegio de los Salesianos. Todo un personaje, este "Fausto". En su juventud supongo que habría sido profesor de alguna materia en ese colegio, pero con las chocheces de la edad los prebostes del colegio lo habían relegado a simple vendedor de material para esa gran asignatura que era "Trabajos Manuales", trabajos que se resumían en el aserramiento indiscriminado de láminas de madera con el fin de transformarlas en objetos tan deliciosos y artísticos como el esqueleto de un dinosaurio (éso era fácil), una avioneta de la segunda guerra mundial (muy fácil igualmente, con eso no pasabas del bien), un gallo que de tan horrible que era daba miedo (su dificultad era pareja a su belleza, es decir, endiablada), o el culmen de la maestría, el sumum de la práctica marquetera, lograr que esa simple tabla, vulgar y asquerosa, se transformase por obra y gracia de la mano del niño en una espléndida tour eiffel (nunca conseguí ni siquiera levantar el primer piso).
Dada la cantidad de material necesario para llevar a cabo tan increíble labor, las visitas a la tienda de Fausto eran de una frecuencia casi semanal, permitiéndonos observar en cada una de ellas las excentricidades de este pobre señor, probablemente el primer friki de mi vida, que compaginaba su labor de dependiente-recaudador del impuesto revolucionario (dado que la compra de este material era obligatorio)- con su faceta de profesor de ajedrez. Esta característica de él no deja de sorprenderme, y por el colegio pululaban varias leyendas y anécdotas sobre la enorme capacidad ajedrecística del tal Fausto. Fausto. Recordando recordando me doy cuenta de que todos los curas que pululaban por el colegio llevaban un Don delante, "habla con Don Rudesindo", "Vete ahora mismo a hablar con Don Constantino". En cambio, Fausto era Fausto, siempre y en todo momento, y el instante en el que perdió su trato de distinción se pierde en la memoria del tiempo...