martes, 6 de marzo de 2007

Más poesía de Joel Varela.

En Bagdag

Las casas se iluminan por la sangre
llena de luz de un día que amanece,
y están los cuerpos de los hombres muertos,
y están en el camino, igual que siempre.
Sus pobres cuerpos yacen destrozados
bajo un sol que los quema y que los muerde,
vestidos de balazos en la vida,
desnudos de sus almas en la muerte.

Cúbrelos con tu sábana de blanco
y fíjate en sus ojos cómo duermen...
Su rostro es negro como el de los cuervos;
no los muevas, por Dios, no los despiertes.
Uno ha perdido una pierna, otro el brazo,
y a ese es cosa difícil conocerle;
llévatelos de las calles marrones
y dales sepultura en tierra verde.
La intensa palidez de los verdugos
vomitando codicia se nos viene,
suda la sangre de los que ha matado,
se acerca poco a poco, lentamente.
Una mina perdida los explota
y confunde sus sesos y sus sienes;
muertos están como la noche muerta
en la oscuridad que el sendero vierte.

Se oye a lo lejos el rumor guerrero
y el disparar de miles de valientes;
luchan por poder ver su paraíso
y sólo lo que ven es cómo mueren.
El piar de los pájaros ha callado,
sepultado por lenguas que nos mienten,
encubierto por fuegos y por bombas
de los soldados que su patria sienten.
Sudan la sangre en sus azules ojos
y derraman el llanto por su frente;
ríen, beben, maltratan y asesinan,
y en cada esquina los mira la muerte.