miércoles, 8 de agosto de 2007

El origen del mundo, de Courbet


La historia de este cuadro realista, pintado en 1865, ocupa la totalidad de un capítulo de un ensayo magnífico que me acabo de terminar, el ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2007, titulado "La ceremonia del porno", escrito por Andrés Barba y Javier Montes. Desde aquí planteo una cuestión...¿Es ésto arte o es pornografía? ¿pueden coexistir ambos términos en una sola imagen?. El debate está abierto.

De todos modos, la historia del cuadro es bastante jugosa, intentaré resumirla lo más posible:
Desde que Courbet lo pintó, hasta principios del siglo XX, el cuadro solo pudo ser contemplado por unos pocos "iniciados". Fue encargado por el diplomático egipcio Khalil Bey, que le pidió al pintor una obra que estigmatizase las causas de una sífilis contraída por él durante su estancia en la legación rusa. Tenemos pues, si ésto es cierto, una imagen casi terrorífica, la del causante de su sufrimiento. Este hombre tenía el cuadro cubierto con una cortina, que solo descorría delante de selectísimos invitados. Su siguiente propietario, el marchante Antonie De La Narde, lo cubrió con otro cuadro del porpio Courbet, un paisaje nevado. El último propietario particular que lo poseyó fue Lacan, el psicoanalista, que por cierto, estaba casado con Sylvia Bataille (ex de George Bataille, y, por lo tanto, gustosa de emociones fuertes). Lacan ingenió un doble fondo en el marco, por el cual el cuadro de Courbet se hallaba oculto detrás de uno de Masson (cuñao de Lacan, a todo ésto), que venía siendo una versión softcore del original. Cuando Lacan murió en 1981, tenía bastantes deudas con el Estado Francés, que fueron perdonadas a cambio de que donase el cuadrito en cuestión, para su exposición en el Museo de Orsay, que no ocurrió hasta el 1995, siendo el cuadro que más reproducciones vende en la tienda del museo sólo por detrás de Le Moulin de la Galette, de Renoir. Como curiosidad, decir que sólo un año antes, en 1984, a unos editores se les ocurrió utilizar tal cuadro para la portada de una novela de Jacques Henric, "Adoraciones perpetuas", y todos los ejemplares fueron secuestrados de las librerías. Sólo un año después estaría colgado en el museo a la vista de toda la chiquillada impúber que quisiera verlo.