lunes, 1 de octubre de 2007

Mi trauma con el Exorcista


Aprovechando que esta película ha quedado de primera en la última encuesta, con un 38% de los votos, lo que me llena de regocijo y satisfacción, contaré un poco mis razones para considerarla la mejor película de terror de todos los tiempos.
La primera vez que la vi era un churumbel de más o menos unos diez años. Recuerdo aquella noche perfectamente. Con mi madre y mi hermana en casa, la daban por la televisión...no podía dar crédito a lo que ante mis ojos pasaba. La niña, el cura, toda aquella atmósfera de terror primigenio y absoluto. Para mi, la vida cambió en ese momento. Todos mis miedos infantiles salieron a flote y no pude acabar de verla. No sé el momento justo, pero sé que no llegué siquiera al final, a lo que es el exorcismo en sí. Creo recordar que me eché a llorar y mi madre tuvo que dormir conmigo esa noche, asegurándome de que no estaba poseído y que esas cosas no sucedían en realidad. Claaaaaaro, mamá, claro. Evidentemente, no me lo creí.

Pasó el tiempo y llegué a los doce años, los mismos que la pobre Reagan tiene cuando es poseída por el Maligno. He de decir que durante todo este tiempo yo creía en el Infierno, en el Demonio, y en toda esa mitología cristiana que, entre hostia y ostia, nos inculcaban en los Salts-and-asses. Y, evidentemente, también pensaba que yo era una víctima absolutamente deliciosa para que el Gran Satán entrase en mí y me hiciese vomitar la papilla del primer desayuno y hablar con latinajos. Pues bien, era tal el pavor que le tenía a la puta niña ésa que era verla en cualquier libro o revista que tuviese por casa y me cagaba de miedo durante por lo menos dos días. Lo peor recuerdo que era ir por el pasillo de mi casa a oscuras, siempre me imaginaba que al encender cualquier luz la iba a tener delante, con sus llagas pustulentas y sus ojos gatunos. Lo que más temía por aquel entonces, además de quedarme ciego al ponerme el jersey (no me preguntéis porqué, pero a éso le tenía pánico), era que en el momento de mi muerte, la última imagen que recordase fuese la cara de la niña satánica. Buff, éso me daba auténtica cagalera y desasosiego.

Pero mi vida continuó entre estudios, amiguetes, roles varios e intentos infructuosos de apareamiento, hasta que el siguiente hito en mi relación con la peli maligna fue comprármela en vídeo, con unos 16 añetes. Venía en un pack, de esos que salen en Septiembre para coleccionar fascículos, junto con Aliens. Me la compré para quitarme el trauma, y como terapia de choque, me la veía todos los días. Y no es broma o exageración. Todos los días. Desde el principio en Afganistán, o Irán, o donde quiera que sea, hasta el beso final de Linda Blair (de aquellas ya sabía su nombre), ya recuperda, al cura joven que la va a despedir. La cosa funcionó, del pavor absoluto pasé a aceptarla como una gran película, el horror dio paso al disfrute, y el miedo a la fascinación.
Y he de decir desde aquí lo que creo que es la base para que la película funcione del modo en el que funciona. No se trata de únicamente el miedo al Maligno, cosa que hace ya tiempo que he superado gracias a mi paso personal del Mito al Logos. Es el miedo a perder nuestra identidad, lo que somos, a causa de una enfermedad degenerativa que nos haga sumirnos en nuestro propio infierno personal, y a éso, amiguetes y amiguetas, todos le tenemos un poco de respeto.



Bonito resumen de la obra maestra