El domingo, día del Señor,me levanté con una misión: dirigirme al más alto dignatario para protestar por el sucio papelote que enturbiaba mi vista cada vez que entraba en mi portal (lugar al que le tengo mucho cariño, debido a su virtud divina, a su poder sobrenatural de estar siempre a la temperatura ideal), para escupir mis quejas, para protestar con fuerza, para bramar mi consternación, para abrirme el pecho dando mil argumentos que podrían echar por tierra todas sus anti-cuadrúpedas explicaciones. Y fue lo que hice. No estando en sus aposentos, le encontré en los jardines exteriores, disfrutando del soleado día de asueto (para él son todos, dada su condición de jubilado prematuro), y tras exponer todas y cada unas de mis bien meditadas quejas, la sensación que tuve fue más o menos esta, teniendo en cuenta que una imagen vale más que mil palabras:

O sea, que como si le hablase a la puta pared, ni caso, me observaba, mejor dicho, posaba la vista sobre mi, pero yo sabía perfectamente que no me estaba escuchando, al menos no con la suficiente atención como para comprenderme, su mirada me recordaba la de Donald Sutherland al final de "La invasión de los Ultracuerpos", justo antes de lanzar su popular grito primigenio, lo que causaba en mi discurso ciertos altibajos al estar pensando en todas estas tontás. De todos modos, en su córtex cerebral algo tuvo que quedar registrado, dado que al final de mi espiche me comunicó, con su voz plana y vegetal, que hablaría con el Secreter. ¡Nada menos! ¡El Guardián de las Cuentas!. Dejaré la descripción de tamaño personaje a SFM.